El caballo, el dictador y la ministra
Leo esto en La Voz de Galicia, firmago por Fernando Onega:
" UNA ESTATUA sólo es una estatua. Las de Franco fueron apartadas del paisaje urbano español con tranquilidad, sin problemas de orden público ni quebrantos de la paz civil. Incluso Ferrol, la ciudad donde nació el anterior jefe del Estado, ha pasado ese trance sin mayor trauma y sin algaradas. La imagen del desmontaje de aquella figura ecuestre ha quedado como una simple imagen para la historia y una muestra de la madurez democrática de este país.
Ahora, la ministra de Fomento, Magdalena Álvarez, ha mandado retirar la estatua que quedaba en Madrid. Y en su gesto hubo algo muy feo, que ha sido no comunicarlo al Ayuntamiento de la ciudad, que tiene algo que decir en los ornamentos y el mobiliario urbano. Hubo otro gesto vergonzante, que ha sido hacerlo en plena noche, con nocturnidad y secretismo, como si estuviera cometiendo un delito. Y hubo la mala suerte de que la retirada de Franco se hizo al tiempo que se tributaba un homenaje a Santiago Carrillo. Con lo cual, produjo un efecto de último episodio de la Guerra Civil, pero contado al revés. «Fue una casualidad», se ha dicho. A las casualidades también las carga el diablo.
A juicio de muchos, la ministra de Fomento y, por tanto, este Gobierno, han cometido uno de sus grandes errores. Y lo que es peor: el más tonto, el más innecesario, el más absurdo. Felipe González estuvo trece años en el poder y no tocó esa estatua. Madrid tuvo dos alcaldes socialistas que cambiaron nombres de las calles, pero no tocaron esa estatua. ¿Por qué? Porque, frente a lo que piensan algunos ministros actuales, estaba aceptada por la sociedad. No irritaba a nadie. Formaba parte del paisaje urbano. Lo que hizo Felipe González fue algo de mayor grandeza histórica: situar cerca de esa estatua otras de importantes socialistas: Largo Caballero e Indalecio Prieto. Juntos estos tres monumentos eran como un resumen de una parte del siglo XX, de la biografía colectiva de este país.
Ahora han mutilado ese paisaje. Quedan allí dos grandes hombres, pero también un testimonio de ruptura. La ministra y quien la autoriza (el propio Zapatero) han mostrado una visión parcial de España. Han mostrado, por tanto, un partidismo que no nos gusta como expresión del talante de un Gobierno que hace once meses prometió serlo «de todos los españoles». Han cabreado incluso a la gente que le daba igual. Por mucho que se empeñen en convencernos, nadie pedía retirar ese bronce. Es una opción ideológica que sería plausible si no llevara dentro un componente de radicalismo, intransigencia y división de la sociedad. Lo dijo una vez Felipe González: «A Franco había que haberlo tumbado en vida, no ahora que está muerto». Claro que Felipe tenía mucho de estadista. "
Y el saber que a pesar de que quede gente que razona los que mandan seguiran haciendo lo que les de la gana segun "nuestros" deseos de pueblo que somos; no se si me alegra o me entristece.
" UNA ESTATUA sólo es una estatua. Las de Franco fueron apartadas del paisaje urbano español con tranquilidad, sin problemas de orden público ni quebrantos de la paz civil. Incluso Ferrol, la ciudad donde nació el anterior jefe del Estado, ha pasado ese trance sin mayor trauma y sin algaradas. La imagen del desmontaje de aquella figura ecuestre ha quedado como una simple imagen para la historia y una muestra de la madurez democrática de este país.
Ahora, la ministra de Fomento, Magdalena Álvarez, ha mandado retirar la estatua que quedaba en Madrid. Y en su gesto hubo algo muy feo, que ha sido no comunicarlo al Ayuntamiento de la ciudad, que tiene algo que decir en los ornamentos y el mobiliario urbano. Hubo otro gesto vergonzante, que ha sido hacerlo en plena noche, con nocturnidad y secretismo, como si estuviera cometiendo un delito. Y hubo la mala suerte de que la retirada de Franco se hizo al tiempo que se tributaba un homenaje a Santiago Carrillo. Con lo cual, produjo un efecto de último episodio de la Guerra Civil, pero contado al revés. «Fue una casualidad», se ha dicho. A las casualidades también las carga el diablo.
A juicio de muchos, la ministra de Fomento y, por tanto, este Gobierno, han cometido uno de sus grandes errores. Y lo que es peor: el más tonto, el más innecesario, el más absurdo. Felipe González estuvo trece años en el poder y no tocó esa estatua. Madrid tuvo dos alcaldes socialistas que cambiaron nombres de las calles, pero no tocaron esa estatua. ¿Por qué? Porque, frente a lo que piensan algunos ministros actuales, estaba aceptada por la sociedad. No irritaba a nadie. Formaba parte del paisaje urbano. Lo que hizo Felipe González fue algo de mayor grandeza histórica: situar cerca de esa estatua otras de importantes socialistas: Largo Caballero e Indalecio Prieto. Juntos estos tres monumentos eran como un resumen de una parte del siglo XX, de la biografía colectiva de este país.
Ahora han mutilado ese paisaje. Quedan allí dos grandes hombres, pero también un testimonio de ruptura. La ministra y quien la autoriza (el propio Zapatero) han mostrado una visión parcial de España. Han mostrado, por tanto, un partidismo que no nos gusta como expresión del talante de un Gobierno que hace once meses prometió serlo «de todos los españoles». Han cabreado incluso a la gente que le daba igual. Por mucho que se empeñen en convencernos, nadie pedía retirar ese bronce. Es una opción ideológica que sería plausible si no llevara dentro un componente de radicalismo, intransigencia y división de la sociedad. Lo dijo una vez Felipe González: «A Franco había que haberlo tumbado en vida, no ahora que está muerto». Claro que Felipe tenía mucho de estadista. "
Y el saber que a pesar de que quede gente que razona los que mandan seguiran haciendo lo que les de la gana segun "nuestros" deseos de pueblo que somos; no se si me alegra o me entristece.
0 comentarios