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La Torre de Hercules

¿Cuanto pagar por un libro digital?

Y, bueno… ¿qué va a pasar ahora con el eBook en la mano? Pues lo tengo muy claro: voy a descargar a saco paco. ¿Gratis? No, siempre que quieran ponérmelo fácil. Estoy dispuesto a pagar. A pagar, claro está, al autor y a nadie más. Con un eBook lo único que manejo es contenido puro y no voy a pagar intermediarios. Por tanto, si un autor dispone una pasarela de pago por Internet o tiene a bien publicar un número de cuenta corriente al que efectuar una transferencia, tendré mucho gusto en pagarle. ¿Cuánto? Veamos… Suelen cobrar un 5% sobre el precio de venta del libro de cadáver arbóreo; a 20 euros, eso sería 1 euro. Ni hablar, eso es una miseria. Quizá haya algún autor -y no creo que muchos- que perciba un 10%, 2 euros. Me sigue pareciendo poco. Yo creo que el precio justo de una obra, digamos, normal, estándar -hasta donde quepa hablar en esos términos-, está en 3 euros. Es lo que pienso pagarle al autor por cada libro suyo que me descargue (siempre, claro está, que no lo haya adquirido antes en cadáver celulósico, en cuyo caso, sus derechos ya estarían saldados y lo que estaría haciendo yo al descargar es, simplemente, proveerme de una copia de respaldo o, a lo sumo, de una copia privada). Evidentemente, hay obras que requieren mucho más que creatividad, que exigen un trabajo de investigación excepcional y gastos eventualmente crecidos (viajes, honorarios de terceros, etc.); estoy pensando en obras que no son sino la plasmación escrita de una investigación a fondo sobre un tema (pienso, por ejemplo, en «La conquista de México» de Hugh Thomas que, incidentalmente, no voy a pagarle porque ya adquirí el ejemplar físico) y creo que ese tipo de obras requeriría una sobrecompensación, pienso en 4 o 5 euros. En todos los casos, admitiría 1 euro más por los gastos bancarios del sistema de pago. Esto puede tomarse como un compromiso. Otorgo a cualquier autor el derecho, no sólo moral -ese, si lo tiene, no soy yo quien se lo da, lo tiene y punto- sino jurídico, de exigirme compensación en esos términos. Y cumpliré gustoso con esa exigencia, aquí y ahora garantizo que no le hará falta a ningún autor ir a un juez (en lo que respecta a este estricto compromiso). Ah, con efectos retroactivos. En el momento en que yo llegue a conocer la forma de pagar a un autor concreto mediante un procedimiento razonablemente práctico, le pagaré toda la obra suya que me haya descargado

De la serie: Correo ordinario

Pues tardó, tardó pero, tal como tenía previsto, por fin cayó el lector de libros electrónicos. Una cosa sencillita (previendo que también caerá a no mucho tardar el tablet PC, que hará sus funciones) y pequeña, para poder llevarla en casi cualquier bolsillo. Y baratita, que no está el horno para bollos.

Con ello entro de lleno en el mundo de las descargas, un mundo realmente nuevo para mí. Hasta hoy, esto de las descargas había sido una práctica esporádica y aislada: algún disco que tuve hace mil años y que se perdió en el naufragio de ya no quiero contar cuántos cambios de domicilio, alguna cosa descatalogada, alguna película imposible en canales comerciales… Muy poca cosa. Como sabéis, no me interesa nada de lo que se ha hecho en música en el último cuarto de siglo, con tan pocas excepciones que ni me paga nombrarlas y el cine también me interesa más bien poco. O sea que ni gratis. La música que me interesa ya la tengo desde hace años y la que no tengo y me sigue interesando -esencialmente, la sinfónica y la barroca- la compro en Deustche Grammophon, que me la da baratísima y en un MP3 de baja compresión que resiste con mucha dignidad una cadena estereofónica con un poquito de calidad.

No hubiera tenido ningún inconveniente en seguir la misma práctica con el libro del que, ahí sí, soy un gran consumidor y hasta hoy un gran cliente. Pero, en fin, no voy a reiterar las experiencias frustrantes -ya numerosas, en este ámbito- que otros han tenido y que yo conocía por su experiencia, por un lado, y por mis propios experimentos realizados para documentar intervenciones mediáticas, por otro: estoy al cabo de la calle de que los canales comerciales del libro digital constituyen, en primer lugar, un panorama árido, de muy poco material; en segundo lugar, un infierno de DRM por el que no estoy dispuesto a pasar, por más cracks que haya; y, en tercer lugar, un atraco a mano armada.

Ya lo es el libro material, el de cadáver de árbol. Precisamente la coincidencia de estas fiestas con la diada de San Jordi me ha permitido husmear a mis anchas el asunto del libro en mayor medida que otros años. Casi nunca compro por Sant Jordi porque siempre huyo de la compulsión compradora de la gente que no lee nunca pero que compra porque toca, porque está mandado, que adquiere libros bajo el mismo impulso que le lleva a trotar en calzoncillos cuando el alcalde toca el pito; pero aprovecho que las librerías sacan a ventilar lo que -se supone- es lo más florido y granado de sus existencias para andar metiendo la nariz en ese festival casi pornográfico de títulos y autores. Lo de pornográfico no lo digo con ánimo peyorativo sino para ilustrar mi ludibrio ante tanta maravilla.

Que lo es mucho menos a cada año que pasa. Para empezar, la literatura propiamente dicha me gusta poco. Yo soy más de ensayo, de obra de tesis, de investigación: me gusta la filosofía, la historia, la política, los libros de viajes, la sociología, la ciencia… cosas así. Narrativa, lo justo: los clásicos imprescindibles para el más elemental desasne (que, no obstante, son unos cuantos), alguna obra o autor que, por alguna razón concreta me hayan llamado la atención en un momento determinado (ahí entran, por poner ejemplos bien distntos, un Pérez-Reverte o un Umberto Eco) y luego, casi a peso, el género chico y algunos best sellers -Forsyth, Collins y un corto etcétera- para sobrellevar con un buen pasar las cotidianas abluciones matutinas. Partiendo de esta base, el noventa por ciento de la producción me interesa más bien poco; pero es que la mayor parte de toda esta producción es, verdaderamente, bazofia, pseudonovela de moda -ahora está en boga la mal llamada «histórica», en plan tirar de carrete con templarios y similares en clave casi magufa- para burdos consumidores. Nunca mejor dicho: consumidores, no lectores. Hala, a tragar Dan Brown y sus camarlengos paracaidistas. Por no hablar de esa otra plaga que es la literatura llamada «de autoayuda». Todo eso al módico precio de entre 18 y 20 euros por ejemplar. Si nos vamos a algo más importante, la cifra 3 empieza a aparecer en las decenas con harta frecuencia. Y eso con un IVA mínimo y en un sector empresarial perceptor de cuantiosísimas subvenciones públicas. De vergüenza.

Y, bueno… ¿qué va a pasar ahora con el eBook en la mano? Pues lo tengo muy claro: voy a descargar a saco paco. ¿Gratis? No, siempre que quieran ponérmelo fácil. Estoy dispuesto a pagar. A pagar, claro está, al autor y a nadie más. Con un eBook lo único que manejo es contenido puro y no voy a pagar intermediarios. Por tanto, si un autor dispone una pasarela de pago por Internet o tiene a bien publicar un número de cuenta corriente al que efectuar una transferencia, tendré mucho gusto en pagarle. ¿Cuánto? Veamos… Suelen cobrar un 5% sobre el precio de venta del libro de cadáver arbóreo; a 20 euros, eso sería 1 euro. Ni hablar, eso es una miseria. Quizá haya algún autor -y no creo que muchos- que perciba un 10%, 2 euros. Me sigue pareciendo poco. Yo creo que el precio justo de una obra, digamos, normal, estándar -hasta donde quepa hablar en esos términos-, está en 3 euros. Es lo que pienso pagarle al autor por cada libro suyo que me descargue (siempre, claro está, que no lo haya adquirido antes en cadáver celulósico, en cuyo caso, sus derechos ya estarían saldados y lo que estaría haciendo yo al descargar es, simplemente, proveerme de una copia de respaldo o, a lo sumo, de una copia privada). Evidentemente, hay obras que requieren mucho más que creatividad, que exigen un trabajo de investigación excepcional y gastos eventualmente crecidos (viajes, honorarios de terceros, etc.); estoy pensando en obras que no son sino la plasmación escrita de una investigación a fondo sobre un tema (pienso, por ejemplo, en «La conquista de México» de Hugh Thomas que, incidentalmente, no voy a pagarle porque ya adquirí el ejemplar físico) y creo que ese tipo de obras requeriría una sobrecompensación, pienso en 4 o 5 euros. En todos los casos, admitiría 1 euro más por los gastos bancarios del sistema de pago. Esto puede tomarse como un compromiso. Otorgo a cualquier autor el derecho, no sólo moral -ese, si lo tiene, no soy yo quien se lo da, lo tiene y punto- sino jurídico, de exigirme compensación en esos términos. Y cumpliré gustoso con esa exigencia, aquí y ahora garantizo que no le hará falta a ningún autor ir a un juez (en lo que respecta a este estricto compromiso). Ah, con efectos retroactivos. En el momento en que yo llegue a conocer la forma de pagar a un autor concreto mediante un procedimiento razonablemente práctico, le pagaré toda la obra suya que me haya descargado

No pienso pagar ni a editores, ni a distribuidores, a menos que me presten un servicio real y efectivo y a un precio justo. Por ejemplo, si me proporcionan un buen catálogo en red con una buena pasarela de pago en las debidas condiciones de fiabilidad y seguridad, sin DRM ni mierdas, sí estoy dispuesto a pagarles: un precio que entiendo justo -y generoso- sería un 30% de lo que cobra el autor (sobre las tarifas indicadas). Y, desde luego, ni un céntimo a herederos (por más que la ley diga y baile, no reconozco a los herederos del autor derecho alguno sobre su obra, y menos aún económico): autor muerto es, para mí, obra de dominio público.

Por lo demás, estas retribuciones se ajustan bastante a lo que sería un mercado que verdaderamente funcionase. Creo, sinceramente, que precios superiores llevarán a la descarga gratuita -como, de hecho, está ocurriendo- y que precios inferiores son injustos: la globalización digital y el acceso universal a la cultura tiene que beneficiar también a los autores y retribuirles mejor que el sistema clásico, al sistema de siglos pasados. El progreso debe ser para todos (exceptuando, claro está, a los puros y simples especuladores del trabajo ajeno).

Que es lo que siempre hemos propugnado: el autor debe poder ganarse la vida (si, además, concurre mérito para ello, claro) y yo creo que este sistema que yo me autoimplanto -sí, unilateralmente, qué le vamos a hacer- reporta al autor más beneficio que la compra de un libro convencional; comúnmente, triplica su retribución, aunque en algunos otros casos -muchos menos- quizá apenas la duplique. En todo caso, estoy dispuesto a revisarlo si se me prueba que esto no es así (siempre en estricta referencia al autor, nunca a editores, distribuidores, otros intermediarios y herederos). Y creo, además, que muchísimos lectores de libros digitales estarían dispuestos a autoimplantarse un sistema de retribución en estos propios términos.

A lo que no estamos dispuestos es a soportar negocios obsoletos e ineficientes, servicios que no se nos prestan o que, aunque se intenten prestar o imponer, ni son necesarios ni los queremos. El mundo del conocimiento ha cambiado y no hay Ley Sinde que vaya a hacer volverlo atrás, por más palos que intente o logre ponerle a la rueda.

Esto es, pues, lo que hay. "

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