Blogia
La Torre de Hercules

Sobre bibliotecas publicas en USA en los años veinte del siglo pasado.

OS copio aqui un interesante ( y agradablemebte facil de leer ) articulo sobre las bibliotecas publicas en Estados Unidos alla por los años 1920-1930. Esta dedicado a los jugadores y directores del juego de rol de La Llamada de Cthulhu, pero interesara a cualquier bibliotecario con ganas de recordar la historia. Como esta es ( aunque a veces lo dudeis :-) ) una web seria y formal, se publica con permiso y citando a sus autores. Os recomiendo que sigais este enlace a Leyenda.net, donde encontrareis el articulo con sus correspondientes fotografias. Todo el texto es ©Aitor Solar, 2003, está inscrito como tal en el Registro de la Propiedad Intelectual y no se permite su reproducción ( salvo permiso previo ). Y ya que estais por ahi, disfrutad del resto de los contenidos de la web, seais bibliotecarios o druidas

" Origen de las bibliotecas públicas o semipúblicas

Las bibliotecas eran originalmente privadas, y normalmente sólo el dueño o los invitados podían acceder a ellas. Los clubes y ateneos proporcionaron en el siglo XIX un acceso relativamente sencillo a los libros, siempre que el miembro pagase la cuota establecida, que solía incluir otros servicios como conferencias, salas de reuniones, etc. A comienzos del siglo XX se produjo el boom de las bibliotecas públicas, unido al crecimiento de la clase media y una cultura popular en aumento. Estas bibliotecas públicas pronto relegaron las privadas a un papel minoritario, especialmente cuando proliferaron por todos los Estados Unidos y otros países occidentales gracias a las donaciones privadas. Las fundaciones, con el dinero de millonarios filántropos, financiaban normalmente la adquisición de los libros y una parte del coste del edifico, si era necesario, de modo que el ayuntamiento o la universidad había de colaborar con el resto y con el presupuesto anual para reparaciones y nuevas adquisiciones. El más destacado de estos filántropos fue Andrew Carnegie, que en las dos primeras décadas del siglo financió cerca de 3000 bibliotecas públicas en los Estados Unidos, gastando en ellas unos 60 millones de dólares.

Existía mucha variedad en estas bibliotecas públicas. Las que provenían de colecciones privadas o casi privadas, solían conservar sus antiguas instalaciones, viejas pero elegantes, situadas en edificios históricos y con fondos que podrían resultar más interesantes para un investigador de misteriosos sucesos del pasado. Por el contrario las nuevas, especialmente en las ciudades pequeñas, eran anodinas y servían más para el estudio básico que para la investigación.

Por su parte, las universidades solían tener una biblioteca por cada facultad, pero solía ocurrir que las sociedades privadas dentro de ellas (las hermandades estudiantiles, a menudo con nombre de letras griegas) poseían fondos mucho más extensos de acceso exclusivo a sus miembros, y esta era una razón más de que fuera tan útil pertenecer a una de estas sociedades (aún más para un joven investigador de La Llamada, que podría encontrar en ellas libros prohibidos o expurgados en las colecciones oficiales). A partir de los '20 y '30 todas las bibliotecas de facultades y sociedades fueron unificándose en una única biblioteca central de cada campus.

Nuevos templos del saber

Las bibliotecas modernas estaban, al menos en teoría, a disposición de todos los ciudadanos (o estudiantes o investigadores, según el caso), para que los que quisieran esforzarse tuvieran la oportunidad de aprender, en la forma más positiva del American dream. Sin embargo, como ya hemos mencionado había libros, incluso novelas muy populares, que podían estar censurados o vetados en ciertos estados o en todo el país, o la Oficina Postal podía impedir su distribución. Libros tan tradicionales como las Mil y una Noches o los Cuentos de Canterbury estuvieron prohibidos o censurados durante años, además de otros de carácter supuesta o realmente pornográfico o antirreligioso. Si un libro de los Mitos se colaba en una universidad pública, era más bien porque nadie se molestaba en leerlo. Por otro lado, el presupuesto para contratar bibliotecarios y comprar nuevos libros no era demasiado elevado (para una biblioteca de tamaño medio, podía ser de unos 3000$ anuales), y muchas veces se volvían a solicitar fondos de una fundación pasados unos años para ampliarla.

Pese a ello, las bibliotecas crecieron en los años 20 de modo exponencial, gracias a lo populares que eran y a que se consideraban un símbolo de la democracia. Muchos edificios se quedaron pequeños a finales de la década; algunas bibliotecas lograron construir nuevas alas o anexos antes de la Depresión, pero otras no pudieron, y en los '30 miles de libros se apiñaban en sus estanterías, sin sitio ni comodidad para la lectura. Por otro lado, el tremendo descenso de los presupuestos para nuevos libros hizo que, al menos, no se llenaran más.

Funcionamiento

En este final de década, el usual en la Llamada de Cthulhu, las bibliotecas ya seguían una clasificación por fichas y tenían las secciones que uno esperaría encontrar, como ciencias (en las universidades se diversificaban en física, química, botánica…), literatura antigua, artes, etcétera, incluso algunas bibliotecas públicas comenzaban a tener secciones infantiles. El funcionamiento en las más importantes era el tradicional: se consultaban las fichas, se solicitaba el libro a un bibliotecario, y él se lo entregaba al solicitante en la sala de lectura (es decir, los lectores no vagaban por entre las estanterías). La sala central de lectura podía ser enorme, sobre todo en los edificios monumentales, aunque en otras bibliotecas existían salas de lectura más pequeñas repartidas cerca de cada sección importante (ciencias, historia…).

Algunas de las bibliotecas más modernas incorporaban adelantos tecnológicos que aún hoy día resultan sorprendentes. Por ejemplo, la Free Library of Philadelphia, construida en 1927, contaba con un sistema de teletipos y cintas transportadoras para entregar el libro a la persona que lo había solicitado en menos de cuatro minutos (de un fondo de más de un millón de volúmenes), y disponía de un servicio de tubos neumáticos para la comunicación entre el personal.

Otros tipos de bibliotecas

Evidentemente, los pueblos pequeños no podían permitirse una biblioteca, y los fondos escolares para la educación de los niños eran muy escasos, y a menudo fuertemente censurados en lo que a literatura y ciencia modernas se refería. Las bibliotecas móviles fueron un modo barato y sencillo de paliar el problema. Este sistema de bibliotecas data de antes de finales de siglo, y en los años 20 ya se había motorizado, aunque todavía eran muy raros los "autobuses de lectura", y lo más habitual era usar una camioneta (que podía cargar unos 500 tomos) y repartirlos a los niños y jóvenes que formaban cola tras él. Evidentemente, uno de estos vehículos no podía desperdiciar su escaso espacio en libros que no fueran de interés general, por lo que no resultaría probable que un investigador encontrase nada terrible en ellos.

Mención aparte merecen las bibliotecas nacionales europeas y la biblioteca del congreso en los Estados Unidos, enormes no sólo gracias a las donaciones, sino a que normalmente era obligatorio enviar a ellas un ejemplar de cada libro publicado en el país. Con la Ilustración se hicieron más o menos públicas, y aunque el acceso a sus fondos reservados no solía ser libre, se podía conseguir un permiso de investigación con las credenciales adecuadas, y resultan sin duda una fuente de información inapreciable para los que busquen ediciones minoritarias o publicaciones oficiales. Las bibliotecas nacionales de Europa podían provenir de colecciones reales o eclesiásticas, de modo que sus fondos históricos eran impresionantes.

Bibliotecarios (y bibliotecarias)

Las bibliotecas, que antaño no tenían apenas mantenimiento ni un horario prefijado, pasaron con el nuevo siglo a constituir un servicio público más. El trabajo de bibliotecario, por tanto, dejó de ser una afición o un empleo a tiempo parcial, dando lugar a la contratación de bibliotecarios profesionales, con los ayudantes que fueran necesarios teniendo en cuenta el tamaño de los fondos y el presupuesto disponible. Esto quiere decir que los sueldos eran bajos, y así se constituyeron asociaciones como la ALA (American Library Association) para aunar esfuerzos y concienciar a las instituciones de la importancia de su profesión.

La necesidad de disponer de bibliotecarios que hubieran recibido una enseñanza superior, y los bajos salarios, abrieron la profesión a una nueva generación de mujeres de clase media o media-alta, primeras estudiantes de biblioteconomía (cuya enseñanza comenzó en los últimos años del S. XIX). En 1920 ya el 88% de los bibliotecarios (unos 15.000) eran mujeres. No obstante (o quizás precisamente por ello) los sueldos no mejoraron apenas, y en 1925 una bibliotecaria ganaba menos que una obrera cualificada en una fábrica, y poco más que una secretaria. Esto hacía que no fuera un trabajo para toda la vida, y la rotación era muy alta, por lo que pocos bibliotecarios conocían bien a fondo su biblioteca.

2 comentarios

Andrés -

Me parecen muy interesantes este tipo de temas y aportando un poco es dejo el link de la biblioteca virtual de la espol espero que sea de ayuda http://www.cib.espol.edu.ec/bivir

Catuxa -

"...los sueldos no mejoraron apenas, y en 1925 una bibliotecaria ganaba menos que una obrera cualificada en una fábrica..."

Que revisen ahora los salarios del personal de las bibliotecas y los comparen con lo que ganan en diferentes oficios (vease fontanería)... la realidad sigue siendo triste y desoladora!