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La Torre de Hercules

La ultima orden. Arthut C. Clarke.

Punteando su superficie, brillando como una fosforescencia maligna, se elevaban
los mares llameantes de lo que habían sido las ciudades. No eran muchos ahora,
porque quedaban pocas sin arder.
La voz familiar seguía hablando todavía desde el otro lado de la tumba. ¿Cuánto
haría, se preguntaba el oficial de transmisiones, que se había grabado este
mensaje? ¿Y qué otras órdenes selladas contendría la computadora superhumana
del fuerte, que ya no escucharían jamás porque se referían a situaciones
militares que no se podían volver a suscitar?
Hizo retornar su espíritu de los mundos que podían haber sido para enfrentarlo
con la aterradora y aún inimaginable realidad.
-...Si hubiéramos sido derrotados, pero no destruidos, habríamos podido utilizaros
como elemento de negociación. Ahora, hasta esa pobre esperanza se ha
perdido... y con ella se ha perdido también el último fin por el que habéis sido
destinados aquí, en el espacio.
¿Qué quiere decir?, pensó el oficial de armamento. Evidentemente, era ahora
cuando había llegado el momento de su destino. Los millones que habían muerto,
los millones que deseaban haber muerto... todos serían vengados cuando los
negros cilindros de las bombas giganton cayeran en espiral sobre la Tierra.
Casi pareció que el hombre que ahora había regresado al polvo había leído sus
pensamientos.
-...Os preguntareis por qué, ahora que ha sucedido todo esto,, no os he dado
orden de contraatacar. Os lo voy a decir. Ahora ya es demasiado tarde. La fuerza
disuasoria ha fallado. Nuestra patria ya no existe, y la venganza no puede
devolver la vida a los muertos. Ahora que ha sido destruida media humanidad,
destruir la otra mitad sería una locura impropia de seres inteligentes. Las disputas
que nos dividían hace veinticuatro horas ya no tienen ningún sentido. En la medida
en que lo permitan vuestros corazones, debéis olvidar el pasado. Vosotros tenéis
técnicas y conocimientos que necesitará desesperadamente el planeta
destrozado. Utilizad las dos cosas sin escatimar esfuerzo, sin amargura, con el fin
de reconstruir el mundo. Os previne que vuestra misión sería difícil, pero ésta es
mi última orden. Lanzareis vuestras bombas al espacio y las haréis estallar a diez
millones de kilómetros de la Tierra. Esto demostrará a nuestro antiguo enemigo,
que está recibiendo también este mensaje, que habéis renunciado a vuestras
armas. Luego tendréis una cosa más que hacer. Hombres del Fuerte Lenin, el
presidente del Soviet Supremo os desea buena suerte y os ordena que os pongáis
a la disposición de los Estados Unidos.

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