Sobre el sexismo en la lengua española. ¿Molinos o gigantes?
Leo un articulo sobre el posible uso sexista del idioma español en Las penas del agente Smith, a traves del cual se comentan las autenticas estupideces ( desde el punto de vista linguistico, gramatical y semantico ) que se hacen en nombre de la igualdad de sexos. A traves de ese articulo llego a un pdf escrito por el D. Juan Carlos González Ferrero, de la Universidad de Salamanca. Clara y sencillamente ( no hay que ser filologo para entenderlo ) nos explica si el lenguaje español es sexista o no. A continuacion os copio y pego el texto, esperando que quede clara y bien reconocida su autoria:
" El género y el sexo
Para mi querida amiga María José,
maestra de preescolar,
con mucho cariño
En los últimos años, la consideración de que es necesaria una escuela coeducativa
que procure la igualdad real entre los sexos y evite la reproducción mecánica de las
pautas de conducta tradicionalmente atribuidas a hombres y mujeres es algo que,
afortunadamente, ha dejado de ser ya una reivindicación particular de feministas y
grupos progresistas más o menos marginales para convertirse en opinión común, cada
vez más aceptada y asumida, no sólo por maestros y profesores, sino también por los
responsables de la planificación educativa en España. De este modo, al menos, lo
entienden los ponentes y participantes que han asistido a un curso sobre coeducación
recientemente celebrado en Santander (del que da cuenta Comunidad Escolar, núm.
335), para quienes la LOGSE, el Diseño Curricular Base y los Decretos de Enseñanzas
Mínimas recientemente aprobados para Primaria y Secundaria Obligatoria constituyen
un notable avance en la no discriminación por sexos. El interés, además, por estas
cuestiones es cada vez mayor, y así lo prueba el que un grupo de maestros y profesores
de nuestra provincia interesados en la coeducación asistan a lo largo de esta semana en
nuestra capital a un curso que sobre esta materia ha organizado el Centro de Profesores
de Zamora.
Todo esto pone, pues, de manifiesto la rabiosa actualidad que hoy día tiene todo
lo relacionado con el sexismo, y me induce a pensar que un artículo como éste, que no
pretende otra cosa sino llamar la atención sobre un uso lingüístico, habitualmente
considerado sexista, y que no lo es, a mi juicio, por las razones que a continuación voy a
exponer, puede resultar interesante para el público en general, y para los profesionales
de la educación, en particular.
Entre los defensores de la igualdad entre sexos, se considera un caso típico de
sexismo el empleo de construcciones como
(1) El niño sano debe dormir mucho
en la que se habla del niño, dicen, de manera discriminatoria para la niña, como si la
niña no existiera, como si no debiera también dormir mucho o como si fuera un ser
subordinado al niño y al que conviene, por añadidura, todo lo que a éste conviene. Para
evitar el supuesto sexismo que este tipo de construcciones comporta, proponen su
sustitución por este otro
(2) El/la niño/a sano/a debe dormir mucho
construcción que, además de innecesaria, por lo que más adelante diré, es impronunciable
(¿quién se atrevería a dirigirse a un auditorio diciendo EL/LA NIÑO/NIÑA
SANO/SANA...?) y atenta contra el principio de economía de la lengua, que aspira
siempre a decir más con menos medios, no a decir lo mismo empleando más recursos.
Lo que a mi juicio hace que se considere sexista a (1) es la confusión entre dos
elementos, el género y el sexo, que son, desde el punto de vista lingüístico (y desde
otros puntos de vista también), dos realidades distintas.
El género es, fundamentalmente, en español, un elemento de carácter morfológico
que sirve para marcar las relaciones de concordancia entre las palabras y que no
comporta en la mayor parte de las ocasiones referencia sexual alguna. En las frases
(3) Aquella tarde del otoño hermosa
(4) Aquella tarde del otoño hermoso
el género femenino nos sirve para indicar en (3) que la que es hermosa es la tarde,
mientras que el género masculino nos dice en (4) que el hermoso es el otoño. Pero una
cosa está clara: ni la tarde es de sexo femenino, ni el otoño lo es de sexo masculino. En
español, el 84 % de los sustantivos designa seres asexuados, lo que significa, por un
lado, que en su adscripción a uno u otro género nada ha tenido que ver el sexo, y, por
otro, que la denominación de masculino y femenino que se aplica a las dos formas que
el rasgo morfológico género tiene en español no deja de ser arbitraria (producto,
seguramente, de una concesión -sexista, ahora sí- a la tradición), pues sólo en una
pequeña parte de los sustantivos españoles se da la correspondencia entre género
masculino y sexo masculino y entre género femenino y sexo femenino. Por esta razón, y
para no dar lugar a confusiones entre género y sexo en los razonamientos que
seguidamente voy a hacer, llamaré género A al género tradicionalmente llamado
masculino y género B al llamado tradicionalmente femenino, y reservaré los términos
masculino/femenino para hacer referencia solamente al sexo.
El sexo, por el contrario, es, desde el punto de vista lingüístico, un rasgo semántico,
que pertenece al significado del signo lingüístico, no a su forma, como el género, y
que sólo pueden presentar los sustantivos que designan seres sexuados (minoritarios en
español). En las frases
(5) El niño dormía mucho
(6) La niña dormía mucho
las unidades niño y niña se diferencian no sólo por tener distinto género, sino también
por designar distintos referentes y presentar distintos significados: el de niño podemos
definirlo como individuo macho de la especie humana que no ha llegado a la pubertad;
el de niña, individuo hembra de la especie humana que no ha llegado a la pubertad. Es
decir que niño y niña se oponen, semánticamente, en función del rasgo macho/hembra.
Y ahora cabe preguntarse: el término niño que aparece en (1) y el término niño
que aparece en (5), ¿son el mismo signo? Está claro que coinciden en su forma -
constitución fonológica, número singular y género de tipo A-, pero sus significados son
distintos: el de niño (1) no es individuo macho de la especie humana que no ha llegado
a la pubertad, sino individuo de la especie humana que no ha llegado a la pubertad,
sin referencia, pues, a si ese individuo es macho o hembra. En consecuencia, no resulta
coherente, desde mi punto de vista, decir que la oración (1) es sexista, pues no se usa en
ella el sexo masculino para hacer referencia a los dos sexos, sino que se emplea un
término sin referencia sexual para designar a todo individuo de la especie, sea macho o
hembra. Lo que conduce a la confusión entre ambos es el hecho de que niño (1) y niño
(5) tengan la misma forma, el mismo género, A, y el no distinguir convenientemente
entre género y sexo.
No obstante lo dicho, los partidarios de la consideración sexista de (1) podrían
objetar todavía que el género de niño (1) coincide con el de niño (5) y no con el de niña
(6), y que esto bien podría ser, de rechazo, un reflejo en el lenguaje del sexismo
ideológico del hablante.
Con respecto a esto, he de decir, en primer lugar, que nada impide el que una
palabra que se refiere al individuo de la especie sin referencia sexual pueda presentar el
que he llamado género B. Así sucede con la voz persona, de género B, y con la que
designamos a la vez tanto a hombres como a mujeres. («Había 3.000 personas en la
manifestación»). También con los nombres de género B tradicionalmente llamados
epicenos, araña, jirafa, cebra, etc., con los que designamos al individuo de cada especie
sin referencia sexual, de manera que cuando queremos hacer distinción nos vemos
obligados a decir araña macho/araña hembra. Y lo mismo ocurre en otras ocasiones,
como en
(7) Todos los animales alborotan, pero el que más alborota es la gallina
en la que gallina designa a todo individuo de la especie gallinácea, sea gallina o gallo.
Algo parecido ocurre con términos como vacada, yeguada, etc., que incluyen en su
referente tanto a machos como a hembras.
Con todo, es cierto que en casos como (1), y en otros de neutralización de
género, no de sexo, como en
(8) Monasterios e iglesias ruinosos
el género que prevalece es normalmente el de tipo A y no el de tipo B. ¿Por qué? En mi
opinión, las razones que explican este fenómeno son de índole histórica. El latín
practicaba ya una forma similar de neutralización de géneros, en casos como Pater et
mater boni sunt, en que boni, de género A, se refiere tanto a pater, del mismo género,
como a mater, de género B, pero no era el único procedimiento que conocía: en otras
ocasiones, el adjetivo que se refería a varios sustantivos de distinto género, presentaba
el de aquél que se encontraba más próximo. A mi juicio, lo que hizo que el español
generalizara como único mecanismo de neutralización aquél en que persiste el tipo A se
debe al modo como se produjo la transformación del sistema latino de tres géneros al de
dos del castellano. Como sabemos, el latín poseía tres formas para el género: masculino,
femenino y neutro (llamémoslas A, B y C, de acuerdo con lo dicho más arriba). Pues
bien, en el proceso de transformación del latín en castellano, el género de tipo C
desapareció (sólo quedan restos en ciertas formas como los pronombres), y la
adscripción de los distintos sustantivos a un género A o B se realizó atendiendo a su
terminación. De manera que, en general, se atribuyó el género A a los terminados en -o
y el B a los terminados en -a. Dada la especial conformación morfofónica del latín,
adoptaron la terminación -o, como consecuencia de su evolución, formas que en su
origen tenían género A, género B (ciertos nombres de árboles como fresno, olmo, pino,
por ejemplo) o género C. A todas se les atribuyó el mismo género, el de tipo A, y así se
convirtió éste en una suerte de género de géneros indiferenciado, lo que explica su uso
en (1) y (8). Ambas construcciones son, pues, resultado de una tendencia inicial -no
generalizada- del latín, que se generalizó después por la acción de una evolución y de
una confluencia en cierta forma «casuales», y, por tanto, tales construcciones no
responden, a mi modo de ver, a una manipulación sexista de la lengua.
Todo lo cual no deja de tener su lógica, pues es muy difícil que los
condicionamientos ideológicos de la comunidad lingüística se reflejen en el plano
morfológico de la lengua. Sí se reflejan, por el contrario, en el vocabulario, y por ello es
en español lo bueno cojonudo, mientras que lo malo es un coñazo. El sexismo aparece
también, en mi opinión, en otros casos como la médico, la ministro, etc., en los que se
observa cierta resistencia a usar formas lingüísticas naturales, como médica y ministra.
Del mismo modo, creo que en determinados documentos e impresos oficiales deben
incluirse especificaciones como el director/la directora, el jefe de estudios/la jefa de
estudios, etc., ya que quien va a firmar ese tipo de escritos es un director o una
directora, un jefe de estudios o una jefa de estudios, no un ser asexuado. En cambio, me
resisto a aceptar construcciones como (2), que tienen un poco de «engendros» y todo de
innecesarias.
Juan Carlos González Ferrero "
Por cierto, mas arriba he utilizado la palabra linguistico, que esta mal escrita. Evidentemente, es lingüistica, pero algunos navegadores no entienden esa dieresis y la consideran un simbolo erroneo.Es la misma razon por la que en esta web las tildes brillan por su ausencia. Pasaos a Mozilla.
" El género y el sexo
Para mi querida amiga María José,
maestra de preescolar,
con mucho cariño
En los últimos años, la consideración de que es necesaria una escuela coeducativa
que procure la igualdad real entre los sexos y evite la reproducción mecánica de las
pautas de conducta tradicionalmente atribuidas a hombres y mujeres es algo que,
afortunadamente, ha dejado de ser ya una reivindicación particular de feministas y
grupos progresistas más o menos marginales para convertirse en opinión común, cada
vez más aceptada y asumida, no sólo por maestros y profesores, sino también por los
responsables de la planificación educativa en España. De este modo, al menos, lo
entienden los ponentes y participantes que han asistido a un curso sobre coeducación
recientemente celebrado en Santander (del que da cuenta Comunidad Escolar, núm.
335), para quienes la LOGSE, el Diseño Curricular Base y los Decretos de Enseñanzas
Mínimas recientemente aprobados para Primaria y Secundaria Obligatoria constituyen
un notable avance en la no discriminación por sexos. El interés, además, por estas
cuestiones es cada vez mayor, y así lo prueba el que un grupo de maestros y profesores
de nuestra provincia interesados en la coeducación asistan a lo largo de esta semana en
nuestra capital a un curso que sobre esta materia ha organizado el Centro de Profesores
de Zamora.
Todo esto pone, pues, de manifiesto la rabiosa actualidad que hoy día tiene todo
lo relacionado con el sexismo, y me induce a pensar que un artículo como éste, que no
pretende otra cosa sino llamar la atención sobre un uso lingüístico, habitualmente
considerado sexista, y que no lo es, a mi juicio, por las razones que a continuación voy a
exponer, puede resultar interesante para el público en general, y para los profesionales
de la educación, en particular.
Entre los defensores de la igualdad entre sexos, se considera un caso típico de
sexismo el empleo de construcciones como
(1) El niño sano debe dormir mucho
en la que se habla del niño, dicen, de manera discriminatoria para la niña, como si la
niña no existiera, como si no debiera también dormir mucho o como si fuera un ser
subordinado al niño y al que conviene, por añadidura, todo lo que a éste conviene. Para
evitar el supuesto sexismo que este tipo de construcciones comporta, proponen su
sustitución por este otro
(2) El/la niño/a sano/a debe dormir mucho
construcción que, además de innecesaria, por lo que más adelante diré, es impronunciable
(¿quién se atrevería a dirigirse a un auditorio diciendo EL/LA NIÑO/NIÑA
SANO/SANA...?) y atenta contra el principio de economía de la lengua, que aspira
siempre a decir más con menos medios, no a decir lo mismo empleando más recursos.
Lo que a mi juicio hace que se considere sexista a (1) es la confusión entre dos
elementos, el género y el sexo, que son, desde el punto de vista lingüístico (y desde
otros puntos de vista también), dos realidades distintas.
El género es, fundamentalmente, en español, un elemento de carácter morfológico
que sirve para marcar las relaciones de concordancia entre las palabras y que no
comporta en la mayor parte de las ocasiones referencia sexual alguna. En las frases
(3) Aquella tarde del otoño hermosa
(4) Aquella tarde del otoño hermoso
el género femenino nos sirve para indicar en (3) que la que es hermosa es la tarde,
mientras que el género masculino nos dice en (4) que el hermoso es el otoño. Pero una
cosa está clara: ni la tarde es de sexo femenino, ni el otoño lo es de sexo masculino. En
español, el 84 % de los sustantivos designa seres asexuados, lo que significa, por un
lado, que en su adscripción a uno u otro género nada ha tenido que ver el sexo, y, por
otro, que la denominación de masculino y femenino que se aplica a las dos formas que
el rasgo morfológico género tiene en español no deja de ser arbitraria (producto,
seguramente, de una concesión -sexista, ahora sí- a la tradición), pues sólo en una
pequeña parte de los sustantivos españoles se da la correspondencia entre género
masculino y sexo masculino y entre género femenino y sexo femenino. Por esta razón, y
para no dar lugar a confusiones entre género y sexo en los razonamientos que
seguidamente voy a hacer, llamaré género A al género tradicionalmente llamado
masculino y género B al llamado tradicionalmente femenino, y reservaré los términos
masculino/femenino para hacer referencia solamente al sexo.
El sexo, por el contrario, es, desde el punto de vista lingüístico, un rasgo semántico,
que pertenece al significado del signo lingüístico, no a su forma, como el género, y
que sólo pueden presentar los sustantivos que designan seres sexuados (minoritarios en
español). En las frases
(5) El niño dormía mucho
(6) La niña dormía mucho
las unidades niño y niña se diferencian no sólo por tener distinto género, sino también
por designar distintos referentes y presentar distintos significados: el de niño podemos
definirlo como individuo macho de la especie humana que no ha llegado a la pubertad;
el de niña, individuo hembra de la especie humana que no ha llegado a la pubertad. Es
decir que niño y niña se oponen, semánticamente, en función del rasgo macho/hembra.
Y ahora cabe preguntarse: el término niño que aparece en (1) y el término niño
que aparece en (5), ¿son el mismo signo? Está claro que coinciden en su forma -
constitución fonológica, número singular y género de tipo A-, pero sus significados son
distintos: el de niño (1) no es individuo macho de la especie humana que no ha llegado
a la pubertad, sino individuo de la especie humana que no ha llegado a la pubertad,
sin referencia, pues, a si ese individuo es macho o hembra. En consecuencia, no resulta
coherente, desde mi punto de vista, decir que la oración (1) es sexista, pues no se usa en
ella el sexo masculino para hacer referencia a los dos sexos, sino que se emplea un
término sin referencia sexual para designar a todo individuo de la especie, sea macho o
hembra. Lo que conduce a la confusión entre ambos es el hecho de que niño (1) y niño
(5) tengan la misma forma, el mismo género, A, y el no distinguir convenientemente
entre género y sexo.
No obstante lo dicho, los partidarios de la consideración sexista de (1) podrían
objetar todavía que el género de niño (1) coincide con el de niño (5) y no con el de niña
(6), y que esto bien podría ser, de rechazo, un reflejo en el lenguaje del sexismo
ideológico del hablante.
Con respecto a esto, he de decir, en primer lugar, que nada impide el que una
palabra que se refiere al individuo de la especie sin referencia sexual pueda presentar el
que he llamado género B. Así sucede con la voz persona, de género B, y con la que
designamos a la vez tanto a hombres como a mujeres. («Había 3.000 personas en la
manifestación»). También con los nombres de género B tradicionalmente llamados
epicenos, araña, jirafa, cebra, etc., con los que designamos al individuo de cada especie
sin referencia sexual, de manera que cuando queremos hacer distinción nos vemos
obligados a decir araña macho/araña hembra. Y lo mismo ocurre en otras ocasiones,
como en
(7) Todos los animales alborotan, pero el que más alborota es la gallina
en la que gallina designa a todo individuo de la especie gallinácea, sea gallina o gallo.
Algo parecido ocurre con términos como vacada, yeguada, etc., que incluyen en su
referente tanto a machos como a hembras.
Con todo, es cierto que en casos como (1), y en otros de neutralización de
género, no de sexo, como en
(8) Monasterios e iglesias ruinosos
el género que prevalece es normalmente el de tipo A y no el de tipo B. ¿Por qué? En mi
opinión, las razones que explican este fenómeno son de índole histórica. El latín
practicaba ya una forma similar de neutralización de géneros, en casos como Pater et
mater boni sunt, en que boni, de género A, se refiere tanto a pater, del mismo género,
como a mater, de género B, pero no era el único procedimiento que conocía: en otras
ocasiones, el adjetivo que se refería a varios sustantivos de distinto género, presentaba
el de aquél que se encontraba más próximo. A mi juicio, lo que hizo que el español
generalizara como único mecanismo de neutralización aquél en que persiste el tipo A se
debe al modo como se produjo la transformación del sistema latino de tres géneros al de
dos del castellano. Como sabemos, el latín poseía tres formas para el género: masculino,
femenino y neutro (llamémoslas A, B y C, de acuerdo con lo dicho más arriba). Pues
bien, en el proceso de transformación del latín en castellano, el género de tipo C
desapareció (sólo quedan restos en ciertas formas como los pronombres), y la
adscripción de los distintos sustantivos a un género A o B se realizó atendiendo a su
terminación. De manera que, en general, se atribuyó el género A a los terminados en -o
y el B a los terminados en -a. Dada la especial conformación morfofónica del latín,
adoptaron la terminación -o, como consecuencia de su evolución, formas que en su
origen tenían género A, género B (ciertos nombres de árboles como fresno, olmo, pino,
por ejemplo) o género C. A todas se les atribuyó el mismo género, el de tipo A, y así se
convirtió éste en una suerte de género de géneros indiferenciado, lo que explica su uso
en (1) y (8). Ambas construcciones son, pues, resultado de una tendencia inicial -no
generalizada- del latín, que se generalizó después por la acción de una evolución y de
una confluencia en cierta forma «casuales», y, por tanto, tales construcciones no
responden, a mi modo de ver, a una manipulación sexista de la lengua.
Todo lo cual no deja de tener su lógica, pues es muy difícil que los
condicionamientos ideológicos de la comunidad lingüística se reflejen en el plano
morfológico de la lengua. Sí se reflejan, por el contrario, en el vocabulario, y por ello es
en español lo bueno cojonudo, mientras que lo malo es un coñazo. El sexismo aparece
también, en mi opinión, en otros casos como la médico, la ministro, etc., en los que se
observa cierta resistencia a usar formas lingüísticas naturales, como médica y ministra.
Del mismo modo, creo que en determinados documentos e impresos oficiales deben
incluirse especificaciones como el director/la directora, el jefe de estudios/la jefa de
estudios, etc., ya que quien va a firmar ese tipo de escritos es un director o una
directora, un jefe de estudios o una jefa de estudios, no un ser asexuado. En cambio, me
resisto a aceptar construcciones como (2), que tienen un poco de «engendros» y todo de
innecesarias.
Juan Carlos González Ferrero "
Por cierto, mas arriba he utilizado la palabra linguistico, que esta mal escrita. Evidentemente, es lingüistica, pero algunos navegadores no entienden esa dieresis y la consideran un simbolo erroneo.Es la misma razon por la que en esta web las tildes brillan por su ausencia. Pasaos a Mozilla.
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